Las manos del pianista que nunca aprendió a tocar y la voz del cantante que no enamora a la actriz, se unen en la agridulce palabra del farsante.
Dulce mentira la suya… “ardida batalla de gigantes sobre la tierra seca de un mundo que se quedó muy pequeño” La mirada llena de vida de la mujer que no sabe amar y la palabra vacía del amante sin maneras. El sabor de la comida del pobre y la sucia humanidad del libre. Son los artistas del juego más lento que se haya visto en la isla; protagonistas de las comedias contadas por la boca del farsante. La elevada sensación de estar curado, que se esfuma cuando el viento sopla suave y una brisa limitante en la espalda del preso. Los caminos inventados del enfermo y la innecesaria perfección muscular del común. Son básicas figuras del relato más corto jamás contado. Obras completas en reventa y la más pura expresión del farsante. El farsante. El único escritor que, con sus historias, me acaba.
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El sentimiento de juventud en mi cuerpo cuando giro mi vida a un lado para empezar a contar verdades
y el aire de una ciudad más limpia que mi recuerdo, son las cosas que me hacen eterna. Son las horas vacías esperando un desenlace y la lucha de la razón y la dicha completando espacios en paredes coral. Es la voz de la soledad sentada en vano en tierras desconocidas y la lucidez del perdido que llama sin tener respuesta. Son los ojos remojados en alcohol de la viuda del entierro y el llanto de la amante escondida entre tinieblas. Es la tierra atragantada de secretos, enviando gusanos al oscuro para borrar sus huellas. Es el cielo y sus colores, reflejo de la agonía de una vida perdida. Otra vida, otro ardor, otra historia sin contexto. Una vez más, la batalla de fogueo superando a la guerra y la revancha de los sanos relinchando burlones que perdimos. Perdimos... Es la luz de la noche confundida entre el verde y la paz de lo nuevo apareciendo en el monte. Son los días que pasan y las horas que cuento, las personas que hablan y sus almas mintiendo. El corazón del fuego y los pasos cansados del viento chocando contra la piel del rendido. Es el latido, es el clamor del latido. Ola de vida incansable. Incansable. La luz que atraviesa las paredes naturales bajo el cielo parece querer cambiar la dirección del mundo; mientras yo, de espaldas contra el césped, espero palabras que pronto me alejen de la desesperación.
Las busco entre las hojas, que iluminadas por el sol, son más intensas y claras. Las busco temprano. Las busco a la tarde. Sé que están cerca a mi, ocultas en el espacio que dejaste entre el aire que respiro y el calor del verano, entre el viento caliente que sin prisa cruza cerca a ellas. Desde arriba y hasta aquí, donde la tierra me absorbe, donde la noche me cae. Sé que están, acarician las ramas y tocan a ojos cerrados la vida que se posa en ellas. Escondidas observan el tiempo pasar en mi piel, caminan mi cuerpo y descansan en él justo ahí, donde a veces te perdías. Llenas de esperanza, llegan hasta mi en el tiempo y parecen decir tu nombre, que como toda palabra ajena, se va pero regresa. Las espero de nuevo en la mañana, pintadas de color tierra. Las espero a la tarde. Un cordón de plata le permite viajar a otros mundos sin temor a perderse.
Se aleja del origen hasta el borde del dolor. Hasta casi morir de nostalgia; y vuelve, malherida y de rodillas a lavar los pies de sus fantasmas Rendida ante lo que nunca pudo ni podrá vencer. Una ola de tierra fértil la cubre en sueños, fundiendo su piel en el centro de una ofendida realidad Donde lo crudo es común. Donde no hay luz ni música de fondo. Hablamos diferente pero reímos igual. Miramos distintos paisajes pero soñamos con el mismo campo. Caminamos diferentes calles pero vamos al mismo lugar.
Y aunque en mi mundo la tierra tiembla y en el suyo, el cielo llora, sentimos la vida con la misma intensidad. Aunque su invierno hiele y el mío abrigue, respira profundo como yo cuando estamos juntos. Y me mira mientras duermo y lo busco cada noche. Miramos distintas caras pero entendemos una sola realidad. Luchamos en guerras diferentes, pero nos encontramos tras cada batalla. Aprendimos a amar distinto, aprendimos a huir distinto, pero deseamos lo mismo y solo conocemos un escondite. En sus brazos no busco, en sus ojos no espero. Y aunque aquí los días corran y en su espacio se detengan, no habrá tiempo ni distancia. Ni habrá espera. Porque somos diferentes, pero amamos igual. Todo va a seguir igual después de esta noche:
Los abrazos falsos, la palabras ocultas, los deseos incumplidos y las miles de preguntas sin respuesta que acechan mis mañanas cuando vuelvo a andar. Tus ojos clavados en mi espalda cuando te sueño sin verte y la duda intensa, que más que duda es culpa. Las palabras de aliento saliendo de bocas que recuerdan pero no sienten y las risas de niños perdidos intentando rescatarme del vacío que dejaste. El olor de tu ropa despidiéndose de mi lentamente y el silencio cobarde de tu voz al marcharte. Todo va a seguir igual: incluso el miedo y el recuerdo del frío que sentí esa noche de julio cuando viniste a buscarme. Las huellas en el suelo que pisamos juntos y la luz que formaba mi sombra al abrazarte. Parecía el fin del mundo cuando te fuiste. El final de un sueño recurrente que de tan perfecto se hace cierto y la muerte agachada en una esquina, pidiendo perdón por llegar tarde. Todo seguirá igual mañana cuando amanezca el día y mis brazos te busquen de nuevo, cuando te recuerde amigo y amor, cuando te extrañe como ayer, cuando vuelva a doler no tenerte y reconozca que no hay fin después de amarte. Son las voces del aire gritando condena y las luces desde lo alto atacando ciudades.
Son las manos de los árboles comandando revueltas y los pies de una sirena convertida al placer. Es el sol de una mañana de invierno y ese frío compasivo que nunca toca mi piel. Es la tinta del silencio, es la muerte, es la vida, es la excusa de un martirio y la palabra atrapada entre el jardín y el viento. Es el compás del tiempo, impacientando al lento y la tranquilidad del cielo, revelado al soñador. Es la causa inconclusa de una vida que se acaba y el poder de una mirada entre la música. Mil motivos desechables, producto de instantes que hoy recuerdo. Memorias formando sensaciones sin nombre. Dame vida para abrazarlo,
para un día de pronto dejar de desearle y al otro amarle de nuevo. Para verlo de veras, perdido entre la luna que despierta y el sol que lo amasa en sueños desde lejos. Dame vida para temer su abandono, para esperar sin querer la partida y luego volver a confiar en sus ojos. Para esconderlo en mi espalda cuando se equivoque y pedirle que sonría cuando me esté yendo. Para verle del todo, sentado en la sala contándome historias de amor. Para extrañarlo cuando imagino mi cuerpo saltando al vacío, donde amarle no duele. Dame vida para temerle, para sentir mi corazón latir y mi piel gritar. Para doler en él y escucharlo hablar. Para aprender canciones y odiarnos a veces. Para hacer planes, para deshacerlos. Dame vida para verlo. verlo de veras, verlo del todo. No es perverso no considerarte amigo.
Ni dejar de esperar verte pasar cerca a mí cada tarde. No hay culpa al engañarte, ni al abrazar tus pesadillas sin querer salir de ellas. No hay desdicha en no pensarte. No es triste y no debe serlo. Porque te vas pronto y llegas tarde. Porque al volver buscas y ves, en el rencor de mil tardes olvidadas, la soledad de una realidad que agota y socava en mis entrañas todo lo que antes latía. Porque para qué mantenerte vivo, admirado, sentido... como un recuerdo que atormenta, pudiéndote entregar al tiempo y dejarte enterrado en mi. Es el músculo del alma el que no entiende su luto
y el vacío entre sus voces lo que oímos de ellos. Ellos, que cercanos al miedo prefieren vivir, mientras atrapados en el egoísmo de una pobreza dorada, se seducen y comparan. Caen flácidos al suelo envenenados con palabras vacías y reviven cada tarde en el tumulto de las plazas. Esos mismos que parecen haber conocido la dicha. Que sonríen en público y se golpean a solas, que en las formas se encuentran y en el fondo se apartan. Olvidan que hay luz en la sombra y el carisma de la gente el domingo por la playa; estas tardes de verano embrujadas por el fuego, los arándanos y la luna coronando el mar. Alguna vez se supieron ajenos en la noche y lo olvidaron todo. ¡Ellos son los perdidos! Los que se atreven a juzgar, los que sin rumbo, flaquean. Enemigos del silencio que antes gritaron venganza. |
autoraTextos cortos, prosa poética y poesía. Archivos
April 2024
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