Estoy tan jodidamente vaga hoy que sólo alcanzo a imaginarme. Y ahí estoy pues, tirada en una hamaca en medio del paraíso, mirando el mar con un hombre a cada lado. ¿Quieres más cerveza, mi amor? Y mágicamente mi hombre “A” convierte un poco de arena en una Vol Damm heladita. Mi hombre “B”, para no quedarse atrás, me va echando aceite en las piernas. Aceite, sí, porque en mis sueños el sol no hace daño a la piel. En mi fantasía casi erótica de viernes por la mañana hago una repentina modificación: la Vol Damm por un chilcano de pisco, con su limón y sus hielos, el toque justo de azúcar y ginger ale. Mi cóctel perfecto. Ahora los tres compartimos mi chilcano con cañitas de esas largas. Qué generosa estoy. El sueño se vuelve todavía más dulce cuando escucho de fondo “lovefool”. Cantamos y yo me vuelvo a sentir tierna como cuando a los quince años. Love me, love me… say that you love me. En fin, el caso es que no, no estoy en una playa, de hecho, ni siquiera es verano donde vivo y por si fuera poco, me esperan 7 horas de jornada intensiva rodeada de mujeres. Pero mi fantasía tiene su lado positivo porque me hace recordar algo que leí esta semana: la Comisión Europea ha dicho que el Pisco es Peruano. Léase, no chileno. La mitad de la peruanos que “conozco” compartió la noticia ahí donde pudo con una ansiedad indecible, todos babeantes de un orgullo patriótico que quizás jamás podré terminar de aceptar. Tengo unas preguntas ¿de qué nos sirve a nosotros, simples mortales borrachosos, saber de dónde es el pisco? ¿para fardar? ¿para tener un nuevo argumento en la interminable pelea Perú – Chile? ¿es que acaso sabiendo de dónde es el pisco te emborrachas más rápido? Aquí va un ejemplo: el otro día fui a una fiesta y una amiga me presentó a una chica bajita y con cara de buena onda. Me dice entre gritos “Ella es Flor, la que te dije que da masajes a domicilio”. Al instante me imaginé disfrutando el masaje en un ambiente con olor a aceites esenciales, hasta que mi amiga suelta chillando en mi oreja “¡es chilena!” Yo me acerqué a Flor y dije “¡yo soy peruana! encantada” como para enfrentar nuestra realidad de una vez. Sus ojos y los míos se cruzaron por una fracción de segundo con gesto de “ostiaaa…” y no por ser partidarias de la guerra estúpida entre nuestros países, sino por temor a que la otra lo fuera. Mi imagen mental del masaje perfecto cambió y me vi a mi misma echada boca abajo mientras ella sigilosamente sacaba del armario un cuchillo afilado para partirme a cachitos. Quizás ella esté más cuerda que yo y no tuvo ninguna alucinación repentina cuando supo que yo era peruana, pero estoy convencida de que al menos algo sintió. Gracias a Dios o al DJ que en ese momento eran lo mismo, supe que Flor y yo habíamos podido arrancar de nuestras mentes debilitadas por los ascos de la sociedad, todos los prejuicios contrarios a lo que podría llamarse una sincera y amable vecindad Peruano – Chilena así que pudimos hacer que esa fracción de segundo de tensión se diluyera sin más. Basta ya de ponerle nacionalidad a todo para luego tener más con qué pelear. Si no eres un exportador de pisco o algo así, sé sincero y no digas que esta noticia es importante para ti, porque no tiene sentido que lo sea. Es más, peruano amigo, chileno amigo, sí, a ti te hablo, invita a tu casa a tu vecino chileno o peruano y compren un pisco de cada país. Retiren las etiquetas y háganse un trago con cada uno. Si al menos saben distinguir cuál es cuál (después de haber tomado previamente unas tres copas de pre-calentamiento) escríbanme para hacer realidad mi fantasía de hoy. Pero si no lo consiguen, será que tengo razón con lo que digo. El pisco es mío porque es nuestro. ¡Salud, pó!
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April 2018
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