La muerte es la única experiencia para la cual no podremos nunca estar preparados. Nadie nos puede decir qué se siente con certeza porque nadie ha estado allí para contarnos qué pasa después. Se me ocurrió pensar que el punto de control definitivo es, pues, la última imagen de mi vida.
Punto de control es un término poco poético pero lo considero el más acertado, porque, en definitiva, ¿qué puedo controlar del futuro si no mis deseos? Y en medio de todos ellos, ¿cuál es el más lejano en el tiempo? El último momento de mi vida, la última imagen que contiene todo lo que realmente deseo. Esa será la máxima razón para vivir y la única salvación cuando no encuentre motivos en el presente y sienta la absoluta necesidad de rogarle al mañana. Aunque pueda sonar triste, pensar en la última imagen y jugar a fantasear con sus detalles, me ha ayudado a entender muchas cosas sobre mi. El mar es calmo. Veo la orilla y tras ella una casa grande. El agua tibia me cubre hasta el pecho y noto el masaje de las olas mover mi carne ya blanda y cansada. Entre mis dedos pasan burbujas. El olor del mar es suave pero si no digo nada, consigo sentirlo por todos lados. Veo personas en la arena, ¡tantas! Más de las que hubiera imaginado hace algunas décadas. Mi juventud persiste en sus razgos, en sus movimientos y especialmente en sus ojos. Parecen felices y aunque quizás no lo sean del todo, este momento me basta. La playa está llena de pequeños pedazos de mi e incluso el aire parece estar de acuerdo: ya es la hora de partir.
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April 2018
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