Todas las personas hablan solas pero son pocas las que se sienten orgullosas de ello. Esto no es ni una crítica ni algo para celebrar, pero no me parece bien que siga siendo motivo de vergüenza. Hoy intentaré normalizar el tema, aportando datos estadísticos muy fiables. Cuando digo hablar solo, me refiero a ese proceso común que casi todos llevamos a cabo con discreción y que nos lleva, por mucho que nos resistamos, a iniciar una conversación recurrente y poco determinante sobre cualquier estupidez que nos interese. La conversación es protagonizada por uno mismo todo el tiempo; ya que incluso cuando se permite la entrada imaginaria de otros personajes, estos pierden parcialmente su personalidad real, para someterse, sin saberlo, a nuestros deseos, ideas y sentimientos más o menos ocultos. Los temas de las conversaciones con uno mismo son variados y casi siempre difieren por completo de aquello que caracteriza la realidad vivida. Se puede estar hablando con Cleopatra sobre la caza de elefantes mientras se barren las pelusas de debajo de la cama, por ejemplo. Como decía, esta actividad se hace en silencio porque está socialmente considerada tabú. No se tienen muchos datos sobre quién lo "prohibió", pero imagino que debió ser el mismo que respondió que no estaba bien subir a los árboles a descansar cuando se le pidió construir escaleras para acceder a ellos con mayor facilidad. Actualmente, si uno habla solo en voz alta puede llegar a asustar a los demás e incluso, enterrar su reputación para siempre. Tampoco se recomienda hacerlo cuando se conoce gente nueva o cuando se inicia una relación amorosa o de trabajo. Hemos llegado tan lejos con este tabú que, podríamos igualarlo con otras prácticas realizadas en público como retirar desechos del cuerpo sin usar papel higiénico, tener sexo en la calle o confesar ser aficionado a lamer pies. Son cosas que simplemente, no están aceptadas y tengo que decir que no me parece; aunque, según qué casos, mantener un respeto psicológico hacia los demás aguantando el deseo de oír nuestros propios pensamientos, nos viene bien. Me explico: una buena parte del contenido de las conversaciones que mantenemos en soledad no interesan a nadie más que a nosotros mismos, no pueden ser comprendidas o están demasiado fuera de lugar, algo que para según quién, puede ser triste, aunque para mí es hermoso porque esas ideas que mantenemos en silencio son el tesoro más delicado de los individuos cuerdos; lo único que se va con nosotros a la tumba, ideas que se diluyen en nuestro propio ser sin manchar a nadie más. Las mentes obsesivas, (un 30% de la gente, punto arriba, punto abajo) protagonizan diálogos mono temáticos; las mentes despistadas (casi el 20% de los observados), crean historias sin final; la gente de orden, conversa por capítulos; los adolescentes, se hablan de amor. Por mi parte, los que contamos las cosas, nos la pasamos eligiendo qué historias son dignas de salir de su anonimato y cuáles deben ser abortadas y figuradamente incendiadas en un profundo pozo lejano al alcance humano. Pero partiendo de que somos todos los que lo hacemos, el hecho en sí, no tiene gran interés, lo que sí que interesa son otras cosas como por ejemplo saber a qué edad dejamos de hacerlo en voz alta o conocer en qué situaciones la gente habla sola. Y por eso, junto con mi amplio equipo de investigación imaginario hemos realizado esta mañana, de camino a la oficina, un trabajo de campo referente al segundo punto, estudio que, adelanto, podría cambiar el rumbo de la historia. Nuestra hipótesis es que, existen un puñado de situaciones en las que se enciende el motor de habladuría solitaria y dependiendo de cuál sea la situación más recurrente de cada persona, se puede definir un perfil. Para muestra un botón, yo hablo sola mientras camino. Lo hago en silencio, pero a veces los que vienen en dirección contraria me pillan haciendo algún gesto. No considero hablar sola en la ducha, porque ahí lo que hago es cantar; en mis ratos muertos tampoco lo hago, divago, sí, adivino enfermedades a las personas que tengo a mi alrededor, pero no hablo sola. En la noche, antes de dormir, cuando el sueño es vencido tampoco hablo sola, sino con el miedo (o con Dios, en su defecto, para decirle que estoy cagada de miedo). Por tanto, el momento que aprovecho para revisar mis temas pendientes es cuando estoy en la calle, quizás en un profundo deseo auto destructivo de ser atropellada por un camión o porque al mover las piernas se me rebotan las neuronas, no lo sé, pero mi sitio de conversación es ese: la calle. Otra gente prefiere los momentos de impaciencia. Como ayer hizo el señor gordo de la sala de espera de la consulta del doctor Rebull. El gordo ya había perdido la vergüenza y se mandó con un diálogo a media voz sobre lo complicado que había sido para él llegar al hospital, subir las escaleras, hablar con la mujer de la recepción que qué cara tenía de parca y ahora estar ahí, esperando al musculado doctor Rebull. Hablaba lento, como para no perderse de nada y su gesto serio y preocupado sumado al tamaño de su cintura, me hacía pensar que debía estar muy enfermo del corazón. Pobre hombre, pensé, debe ser una de sus últimas conversaciones a solas. Cuando salió el Rebull, el hombre se paró de golpe y su diálogo casi-interno se detuvo. Se fue hacia él, en actitud despiadada y empezó a gritarle por hacerle esperar, que si las escaleras, que si la recepcionista, que si el tiempo, mientras sus piernas cortas caminaban directas hacia la puerta del consultorio, casi sin mirar al médico. Así supe que la gente que habla consigo misma cuando está impaciente puede ser peligrosa. También tenemos el perfil de gente que habla sola mientras hace cosas productivas como cocinar o trabajar. Este grupo, formado básicamente por mujeres, se caracteriza por su capacidad multitarea. Suelen ser personas tímidas que gozan de un riquísimo mundo interior de difícil acceso. No conseguí detectar más perfiles porque el camino de mi casa al trabajo dura diez minutos a pie. Finalizo este post comentando que prefiero a la gente que habla sola en silencio, pero debemos aceptar a los que no pueden dejar de mover la lengua cuando se pierden en sus pensamientos. No pasa nada, sabemos que no son víctimas de la locura, sino de un tabú. Esto que nos iguala, nos libera... nadie sabe cómo.
1 Comment
PATTY
12/1/2014 01:24:14 am
yo no entro en el grupo de los que hablan a solas, yo cuando estoy sola suelo cantar, me invento letras y melodias..........
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