El alma desahuciada del cantante se hacía blanda mezclada con la niebla. No eran sus ojos los que observaban ni su piel la que sentía frío. Escuchaba una sola melodía que de tan repetida, duele. Resonaba en su mente una y otra vez intentando ocultar su dolor. La luz del sol que parecía querer volver, no alcanzaba para rescatar su voz del silencio.
Así que callaba. Miraba sin mirar y escuchaba sin sentir el viento, que soplaba respetando su dolor sin palabras. Alguien lo llamaba desde una escalera alta, para darle una noticia. Pero “ninguna palabra tiene sentido cuando el vacío enmudece y ninguna voz tiene armonía cuando ella se ha ido” La muerte en vida invadía su pensamiento que lleno de culpa y lamento, paralizaba el tiempo y derrumbaba el sueño de una vida junto a Elena. “El cantante se durmió despierto” Cuentan que decidió callar al perderla, la buscó en el aire como a una idea errante que amarrada a un punto fijo, se esconde detrás del miedo. Ella era su idea, exacta, precisa, inmóvil y oculta. Observaba la nada, esperando que aparezca; sabía que estaba ahí, donde su vista alcanzaba. Así que callaba. Callaba para verla cuando decidiera ser suya de nuevo. Calló cada mañana y cada tarde, en el temblor de otro día sin tenerla. Miró sin mirar y escuchó sin sentir el susurro de su nombre inalcanzable. Cantó en silencio un ruego eterno que ella nunca pudo escuchar. ¡Era muy alta su torre, era muy frágil su amor!
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