La muerte es la única experiencia para la cual no podremos nunca estar preparados. Nadie nos puede decir qué se siente con certeza porque nadie ha estado allí para contarnos qué pasa después. Se me ocurrió pensar que el punto de control definitivo es, pues, la última imagen de mi vida.
Punto de control es un término poco poético pero lo considero el más acertado, porque, en definitiva, ¿qué puedo controlar del futuro si no mis deseos? Y en medio de todos ellos, ¿cuál es el más lejano en el tiempo? El último momento de mi vida, la última imagen que contiene todo lo que realmente deseo. Esa será la máxima razón para vivir y la única salvación cuando no encuentre motivos en el presente y sienta la absoluta necesidad de rogarle al mañana. Aunque pueda sonar triste, pensar en la última imagen y jugar a fantasear con sus detalles, me ha ayudado a entender muchas cosas sobre mi. El mar es calmo. Veo la orilla y tras ella una casa grande. El agua tibia me cubre hasta el pecho y noto el masaje de las olas mover mi carne ya blanda y cansada. Entre mis dedos pasan burbujas. El olor del mar es suave pero si no digo nada, consigo sentirlo por todos lados. Veo personas en la arena, ¡tantas! Más de las que hubiera imaginado hace algunas décadas. Mi juventud persiste en sus razgos, en sus movimientos y especialmente en sus ojos. Parecen felices y aunque quizás no lo sean del todo, este momento me basta. La playa está llena de pequeños pedazos de mi e incluso el aire parece estar de acuerdo: ya es la hora de partir.
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Es realmente odioso no poder encontrar el momento perfecto para escribir. Se siente como cuando un viejo acumula montón de cosas en una caja en el jardín; cosas buenas, malas, raras... pedazos de vida que, cuando llega el verano, se calientan y empiezan a coger olor.
Sugería un querido compañero de batalla, que podría escribir sobre mi bloqueo. Suena a terapia psicológica hablar de bloqueos, suena a técnico, a aburrido y me pone de mal humor. Especialmente porque, desde mi humilde experiencia personal, para escribir no hay bloqueo que valga. En esto es todo más simple: si no escribo es porque me da pereza y punto. También porque sentarse a escribir es más que sentarse a escribir, pero sobre todo, porque cuesta. Es como hacer que el viejo saque cosas de la caja; sin saber con qué se va a encontrar porque quizás ya ni se acuerda o si le va a dar asco tocar algo podrido. Dicho así y teniendo en cuenta el poco tiempo que le queda de vida, es posible que le dé por pensar que se trata de una tarea inútil y entonces no lo hace. Nada de bloqueo, yo lo que tengo es pereza. A mi escribir me cansa, no me relaja. Me cansa, me cansa y me excita. Una excitación bien distinta a la de este último fin de semana, por cierto. Seré breve. Beso chica - chico VS Beso chica - chica El sábado, tras ser traicionada por una de mis mejores amigas (o mejor dicho, por la lengua larga de una de mis mejores amigas) acepté salir con un chico varios años menor que yo. Tomamos algo y bailamos mucho. Preguntó cuál era el sueño nocturno más traumático que había tenido hasta el momento. Al devolverle la pregunta dijo que a veces soñaba que mataba gente. Luego aclaró que es algo bueno tener pesadillas porque sirven como válvula de escape para quién-sabe-qué cosas que deberían ser tratadas por profesionales. Es decir, que los malos sueños son en realidad un ahorro y el peor de los competidores de las clínicas de salud mental. Nos despedimos en la puerta de mi casa. Me quité la ropa y le mandé un mensaje de agradecimiento poco inquietante. Respondió que quería regresar a mi casa y darme un beso. Me reí y unos minutos después estaba de regreso, así que me vestí y salí a esperarlo. La promesa de un beso tímido se convirtió en tres besos tímidos y luego se fue, contento, como pude descifrar de los cohetes que utilizó para acompañar su mensaje de buenas noches enviado por Whatsapp. El domingo resolví la cuestión de la "lengua larga" entre lágrimas y promesas y empecé la tarde con un poco de frescura. Después de almuerzo, me llegó un mensaje de una chica, casi amiga, digamos, para confirmar si nos veríamos más tarde. Había olvidado completamente que tenía una cita con ella, pero le dije que sí, que viniera cuando cayera el sol. Y así fue, apareció puntual y con un perro. Caminamos por más de una hora. El viento fresco era un alivio en plena ola de calor africano y su pelo rubio ensortijado me tenía algo desconcertada, no sé por qué. Eran casi las once y estábamos sentadas en el sillón. De pronto y repito, de pronto, se acercó para besarme. Y dijo: "solo si te va". El perro se intentó unir a la fiesta, pero no se lo permitimos. No sé dar un ganador a este versus. No puedo afirmar qué sentí, ni con chico ni con chica. Quizás mañana tenga menos pereza y consiga sacar de mi caja del jardín algunos detalles. Bien decía él que ¿qué es un periodo de sequía si no un montón de excusas colándose en una rutina que no da tregua?
Ya. Montón de excusas que se acumulan y que hay que ir callando para poder avanzar sin que te muerda el monstruo del remordimiento mientras duermes. Lamentablemente, no recuerdo un periodo fértil prolongado más de seis meses, pero me consuela pensar que muchos grandes escritores empezaron su obra literaria en la vejez y por suerte, queda mucha crema para eso. Así, pues, quizás un buen tema para empezar este camino sin medida previsible, sean las excusas. Y estaba pensando que incluso este blog se terminará convirtiendo en una de las muchas excusas perfectas para una vida desenfrenada digna de ser contada. Pero para eso, concédanme algo de tiempo. Hoy no hay gossip. ¿Qué esconden nuestras excusas? Tengo la fortuna de hablar casi a diario con una astróloga. Lo hago en parte por trabajo, pero más porque me gusta; me gusta ella y me gusta creer que una parte de la realidad se puede explicar en términos que jamás entenderé relacionados con las estrellas y mundos lejanos. Me gusta también porque me llena de excusas originales cuando se me acaban las ideas. Por ejemplo, faltan cuatro días para la luna nueva y según ella (y me da igual si es cierto no, así que por favor, no te atrevas a contradecirla) empieza el fin de una mala racha que ya no recuerdo cuándo empezó. Así, el próximo 25 de junio tengo una excusa para esperar algo nuevo y cuatro días para imaginarlo y acariciarlo. Mi amiga astróloga nunca se ha tomado un café conmigo pero tenemos tal ciber conexión que a veces se atreve a darme malas noticias. Y yo me dejo porque son ocasiones excelentes para ganar excusas válidas que me permiten esconderme en casa los días de mala suerte o abandonar mi vida social y sentimental en el equinoccio de quién sabe qué astro malvado. Gracias a ella descubrí que es fácil dejar de ver a algún chico con la excusa de que no ha llegado en el momento indicado del ciclo lunar sin sentirme culpable por ello. Dice ella que nuestra realidad define, en parte, el sentimiento unánime de nuestra generación. Los ahora treintañeros perdidos que crecieron pensando que todo era posible con el esfuerzo justo y se encontraron un día adultos, inseguros y... sin haber logrado mucho a pesar de las ganas. Perdón, es que de la excusa al lamento hay poca distancia. Respondiendo a la pregunta, las excusas esconden muchas cosas: temor, decepción, falta de confianza, falta de valor... Ahora mismo tengo mucho que hacer como para ponerme a pensar una respuesta mejor pero juro que esta tampoco es una excusa. |
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April 2018
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