Dicen que el baño es un lugar excelente para el desarrollo creativo. Hay gente a la que se le ocurren ideas maravillosas mientras….
Yo, en cambio, soy más de la creación bajo el agua. De niña imaginé tantos anuncios de jabones como duchas me di, que no fueron muchas, porque tuve una época muy, muy guarra: me mojaba un poco el pelo y dejaba el agua correr, me perfumaba y al rato salía del baño gritando “ya estoy limpia”. Es rico apestar cuando eres pequeño. Como un primer encuentro con tu condición humana. Pero de vez en cuando sí que me duchaba (por esto de no levantar sospechas) y entonces imaginaba jingles publicitarios para vender shampoo, cremas y esponjas de baño, siempre de distintas marcas, dependiendo de la oferta del mes. Era una ruleta, ¡nunca sabías qué marca tocaría! A veces pienso que si hubiera tenido una madre obsesionada con comprar una sola marca, no habría tenido que hacer tantos “anuncios” diferentes y me hubiera terminado dedicando a otra cosa. Qué cruz me dejaste, mama. Curiosamente en mis años de trabajo, nunca me han tocado marcas de shampoos. Menos mal Dios todavía tiene clemencia conmigo. Resulta pues, que cuando quedaba un año para salir del colegio (para ese entonces ya me gustaba oler bien, por cierto) me empezaron a preguntar todo el tiempo que qué quería estudiar. En esa época mi afición habría sido dedicarme a investigar anatomía masculina o procesos de producción de cualquier bebida alcohólica que se tercie, pero como nada de eso se ofertaba en la universidad y en la Lima en la que crecí, la clase media SIEMPRE tenía que hacerse profesional para poder ser “alguien” y no dejar llorando a toda la familia, empecé a buscar respuestas. En esos años se empezaban a poner de moda las charlas vocacionales, los test vocacionales y los talleres vocacionales. Todo igual de inservible. Yo creo que como era novedad, aun no lo tenían dominado. A mí por ejemplo, un mes me decían que podía ser ingeniero industrial y al otro que mejor estudiara veterinaria. Los tests y las charlas a las que asistí fueron muy variadas. Durante un tiempo mi padre se obsesionó con convertirme en arquitecta así que le di gusto y fui a la charla de arquitectura. Yo jamás me había fijado en la estructura de ninguna casa excepto la nuestra y sólo para analizar cómo saltarme las rejas sin hacer ruido cuando volvía de fiesta después de la hora permitida. Volví de esa charla con pena por decepcionarlo, aunque poco a poco fue abandonando el sueño de la hija arquitecta y empezó a decirme esa frase derrotera de “ya haz lo que quieras”. Derrotado pero divertido porque saberme indomable sé que siempre le hizo reír a solas. Mi madre en cambio, más romántica que Sergio Dalma, me dijo a escondidas que me dedicara a escribir. Me dijo que no importaba si era pobre después y nadie en la familia lo entendía. Estudia Literatura, es lo que te gusta, toda tu vida has escrito. Error. Me gusta escribir pero no soy una devora libros y la idea de tener que leer montañas de textos que no considere buenas, me mataba las ganas de estudiar letras. Asistí a talleres de diseño, de negocios, administración y alguna que otra cosa más por mera curiosidad pero aun así, no conseguía decidirme. Entonces en uno de estos días tontos, debía de ser domingo, me acordé de mis duchas largas haciendo anuncios y dije: seré publicista. Y fui a las charlas y me dejé enamorar. Y entonces se jodió todo. La moraleja de mi vida: hasta un test vocacional tiene más valor que yo en un día tonto.
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April 2018
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